PADRES, CRIANZA ESTRATÉGICA Y MODERNIDAD

Decir hoy que los tiempos han cambiado, es casi traído de los cabellos o desactualizado, semeja más una queja anticuada y derrotista que proyecta incapacidad de adaptación a los ya no tan nuevos retos del naciente milenio.

 

Hablar de los avances de la ciencia y el descreste de la tecnología data de 1900 y nos pone en riesgo de no ser tenidos en cuenta por potenciales lectores que ya han superado la crisis de pasar del telégrafo al microchip.

 

El aquí y él ahora es una realidad que oscila entre la corporalidad y la virtualidad, sin que ello represente en muchos escenarios mayores diferencias. 

 

Aceptar la realidad no es tragar entero, implica un profundo sentimiento de análisis y por qué no, de cuestionamiento y filtro.

 

Por todo lo anterior se suscita la necesidad de escribir este relato en el cual se abrazan con afecto las bondades de vivir en este tiempo y por consiguiente de hacernos participes en un mundo que privilegia la hominización y el desarrollo de la especie en términos de apropiación de la naturaleza para nuestro bienestar y beneficio; no se trata aquí de enmarcar la brecha que esto ha generado con la humanización, la devastación del medio ambiente y la concepción de la familia, la capacidad de sorprendernos y por ende la parquedad de la cotidianidad que ya no deja tregua entre la innovación, la creatividad y la actualización.

 

Las necesidades han cambiado, por ello muy seguramente en su tumba, Abraham Maslow se revuelca, pues la autorrealización no parece ser posible sin Mac o sin un IPhone.  

 

Aceptable o no, es importante revisar de qué manera estamos viviendo esta alucinante época, de tal forma que podamos imprimir un toque de sensatez a esta constante invitación. 

 

La apertura a prácticas dinámicas y postmodernas, trae consigo la obligatoriedad de forcejear con el reemplazo de la ideología por la imagen, ya que esta habla hoy de manera más elocuente transitando paulatinamente de una economía capitalista a una netamente consumista, sin más, los medios masivos y la industria son el centro del poder y dictaminan formas de ser y ver el mundo.

 

Palabras más, palabras menos, las características sociopsicológicas de nuestra era, están enmarcadas en una inmediatez que propende por el olvido del pasado (desmitificación de líderes, cuestionamiento de las grandes religiones y figuras inspiradoras en el aula y la familia),  y la incapacidad de pensar en el futuro dado su carácter de incierto, ambiguo y remoto. 

 

Así, nuestra juventud es vulnerable al hedonismo, a la perdida de fe en la razón o en lo científico, a cambio de posturas que imprimen relatividad y subjetivismo.

 

El culto a la tecnología, coloniza altares en todos los rincones de la vida, estar en las redes sociales se asemeja a un acta de nacido vivo o a un acta de defunción al no estarlo; no acabando de digerir la obligatoriedad de manejar una segunda lengua, el analfabetismo ha migrado a la incapacidad de no saber sobre tecnología, por lo que tener un computador es ya un elemento de la canasta familiar. 

 

Más que una disertación filosófica entorno a la vida que llevamos, se pretende un freno conciliador que armonice el uso de las nuevas tecnologías con la seguridad, la conservación de los valores fundamentales y la institucionalidad de la familia como instancia de salvación, de modelamiento y de preparación para la vida.

 

Si bien a la escuela se le ha delegado con imperiosidad la educación humana, ética y moral de los niños y jóvenes, no podemos olvidar, que es la familia como primera instancia socializante la llamada a regular, acompañar y transmitir de manera personalizada, elementos diferenciadores para vivir en comunidad; la disgregación del contexto familiar y los cambios en su estructura por motivos que seguramente no podremos abordar aquí, heredan sin vergüenza toda la responsabilidad que arrebató el tiempo, las dificultades económicas, la migración y la inestabilidad de las efímeras relaciones.

 

No es ajeno a la escuela, el compromiso por propiciar escenarios de crecimiento y desarrollo a la infancia y juventud, tampoco es improcedente caminar hombro a hombro con familias hacia un ejercicio sinérgico por cultivar la inteligencia emocional de quienes hoy y mañana gobernaran al mundo, sin embargo, en la transición de la conciencia hemos pasado a los extremos en donde ya no es la regla quien decreta sino la permisividad y el exceso. 

 

La palabra “NO” se ha venido desvaneciendo en el contexto familiar y el miedo por desilusionar o confrontar se apodera del padre de familia; no se recuerda en qué momento la psicología o las teorías educativas se acusaron de abanderar el dejar hacer y la permisividad, lo cierto es, que en los pasillos son verdugos a los que se responsabiliza por promulgar en los niños y adolescentes una prevalencia exagerada de los derechos sobre los deberes; Quizás una mala interpretación ha acompañado en las últimas décadas a quienes por honor u obligación se ven encarados a impartir educación, formación y acompañamiento familiar o educativo.

 

Resaltar los derechos adquiridos e inherentes a los seres humanos, no desconoce la correspondencia con los deberes y todas aquellas condiciones a la luz de los valores que garantizan el equilibrio y la vida en comunidad, erradicar la violencia física y psicológica de la crianza, del entorno familiar, social y escolar, no significa abolir las normas, los acuerdos y los límites que tanto necesitan niños y jóvenes para crecer en el respeto, la autonomía y la bondad.

 

Dignidad en el techo, el abrigo y la alimentación son obligaciones fundamentales que a padres, acudientes y cuidadores se les asignan por defecto, aspectos que se complementan con el cariño, el amor y la paciencia en las prácticas de crianza;  educación y aprovechamiento del tiempo libre cerrarían una lista concreta y general de lo requerido para crecer sanamente y con dignidad, estructurando una personalidad bajo parámetros que favorezcan la salud física, mental, el desarrollo evolutivo y la autorrealización de cualquier ser humano, sin embargo, nuestra sociedad pareciera estar aumentado el número de  requerimientos y en ausencia de filtro, enmarca como infaltable lo que antes era un premio, un lujo o un estímulo al esfuerzo, al trabajo y al cumplimiento; los refuerzos positivos y los motivadores cada vez son más complejos y ante el ramillete de exigencias por parte de los hijos, casi nada es suficiente si de compensar o resaltar con algo estuviéramos hablando.

En el fondo, podríamos decir que el deber ser no necesariamente requiere exaltación, “es deber respetar a los demás”, “es deber cuidar de sí mismo”, “es deber propender por la vida”, sin embargo, la práctica común refuerza comportamientos de nobleza, puntualidad, respeto general, solidaridad, etc., de tal forma que aumente la probabilidad de repetirse dichas conductas y se interiorice en la escala de valores. Por lo pronto, así lo hemos entendido, muestra de ello es el uso de esta directriz en las prácticas vigentes de acompañamiento y educación familiar.

 

Sin desconocer el libre albedrío con que un entorno familiar redirecciona las formas y maneras de educar sus hijos, de encaminar actuales y futuras actitudes, aptitudes y porque no decirlo, competencias genéricas o transversales buscadas en su cercano proceder vocacional, la invitación en estas líneas pretende hacer un alto que posibilite recobrar la institucionalidad de la familia, en donde después de depurar el concepto de real autoridad, se permita empoderar a los adultos frente a las exigencias muchas veces desmedidas de los hijos y de todos sus caprichos.

 

No existe nada más genuino que el amor sentido por los hijos y las hijas, tampoco un motor más poderoso que buscar su bienestar y desarrollo, por ello y ante la vicisitud del consumismo, el relativismo y las exigencias de un mundo que hace décadas trascendió los límites del barrio, del país y el continente, se hace necesario con mayor entendimiento el fortalecimiento del carácter, la interiorización de la persistencia y el criterio.

 

Estudios en Psicología Organizacional y Recursos Humanos, identifican hoy por hoy las competencias más buscadas en el ámbito laboral y profesional, en donde más allá de aspectos específicos e inherentes a un área de desempeño,  se requieren elementos que se desarrollan en su mayoría cuando las personas atraviesan por etapas escolares y de secundaria. Liderazgo, trabajo en equipo, autocontrol, inteligencia emocional, relaciones interpersonales, altos niveles a la frustración, flexibilidad, entre otros, tienen sus orígenes en el modelamiento de conductas, en el ejemplo y en la transmisión de la casa o el colegio.

 

Planear estratégicamente el hogar, no es una tarea del mañana, por el contrario es una condición de inmediatez para quien ve pasar los días y abulta en su inventario de recuerdos experiencias de insatisfacción, desautorización y miedo. No es la búsqueda de retaliación, ni mucho menos la pretensión de sentar un precedente, es precisamente un deber por el futuro de los hijos y claro está de la salud mental, en donde se posibilite experimentar más adelante esa noble sensación del deber cumplido, donde la dedicación, la conciencia y el empeño entreguen elementos a esa futura decisión del que, en menos de lo que canta un gallo, será un adulto. 

 

Ocuparse de analizar las normas del hogar, los valores que rigen el proceder, (preferiblemente valores universales que tengan por criterio rector el respeto en cualquiera de sus formas), redefinir los límites, establecer con criterios de amor – bondad las consecuencias de los actos, regular con sensatez el calibre de regalos o inversiones frente a los niveles de responsabilidad y madurez, propiciar una cultura de la puntualidad, del esfuerzo, del esmero, no pelea con nada, no riñe con los retos del nuevo milenio, no interfiere con la sana estructuración de la personalidad y menos con este ímpetu moderno que se transforma de manera tan volátil e inverosímil.

 

Buscar en otros la culpa que engendra nuestros miedos, por ejemplo culpar al internet, los video juegos, la globalización, los celulares entre otros y particularmente las nuevas tecnologías, es desconocer el potencial y la innata competencia de supervivencia, de autocuidado, de preservación y conservación de nuestra especie.  

 

Los hijos y las hijas avanzan con mejores pronósticos cuando se juega con ellos, se establecen límites, se corrigen en tiempo y lugar, cuando la televisión se ve junto a ellos y se pasa por el filtro de la objetividad los pensamientos ambiguos de los medios de comunicación y las propuestas consumistas o de antivalores, cuando se conocen sus gustos, hobbies o preferencias, cuando se expresa abierta y espontáneamente el amor, el cariño y el afecto, cuando se incentiva el arte y la práctica de los deportes. 

 

De autoayuda no tiene nada este relato y menos pretensión de mostrar un panorama sencillo y obvio, por el contario la complejidad está en el compromiso, está en la cotidianidad que obliga a priorizar y detenernos en un análisis similar al que genera un diagnóstico difícil propio de una enfermedad biológica. 

¿Nota usted la diferencia entre el impacto que generan los diagnósticos de la medicina respecto a los de la psicología y las ciencias humanas?

 

¿Aprecia el desequilibrio que se experimenta entre la palabra cáncer y baja autoestima, arterioesclerosis múltiple e impulsividad, enfermedad pulmonar obstructiva y trastornos del comportamiento?

 

Quizás ya finalizando no convenga proponer un tema más, sin embargo, viene bien pensar en cómo están las nombradas prácticas de crianza y darle real importancia a esos temas que parecen triviales, pero que en el fondo pueden en gran medida predecir un ahora y un futuro más esperanzador y optimista.

 

En una época de transición, donde están ya revaluadas las formas de violencia y sumisión, no podemos dar más espera y desconocer el llamado por el bienestar, por el despertar de la conciencia, por la búsqueda de un mundo más humano, más digno, por un mundo que tiende a la  sustentabilidad, a la sinergia y por sobre todo a la construcción de seres profundamente resilientes, capaces de enfrentar la adversidad, capaces de reír incluso de sí mismos, capaces de forjar en la alteridad una mejor vida, un mejor ahora y por supuesto un nosotros digno de ser perpetuado o transmitido de generación en generación.

 

¿Qué está esperando?

 

Ps Felipe Henao Amaya

Consultor de Capital Humano

DINÁMICA CONSULTORÍA EMPRESARIAL

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